El zombigrino.
El peregrino es una persona, normalmente, y a veces una alma en pena que anda por tierras extrañas igual que migran las grullas, dicen algunos, pero la realidad es que una parte de ellos, después de 15 kilómetros, parecen (¿parecemos?) zombis persiguiendo su próxima comida.
La imagen que dejaron grabada en mi retina los peregrinos que bajaban por una larguísima cuesta, desde Cirueña hacia Santo Domingo de la Calzada era, al menos, cómica porque sabemos que los zombis no existen, pero ¿y los zombigrinos?
Fue en una de esas interminables rectas, rodeada de campos de cereales y sin un solo árbol dónde refugiarse del sol abrasador
-o esconderse a hacer pis-, ese sol que si lo pudieses mirar ocuparía todo el horizonte, tendría el ceño fruncido, sonrisa socarrona, tupé de rock'n'rolero y unos brazos abiertos dispuesros a abrazarte y decirte, "ven, que aun hay más". Una pista llena de piedras como cuchillas, con subidas y bajadas al estilo montaña rusa de un parque de atracciones de los años 70, de esas que mas que divertirte te vapuleaban los 360º de tu cuerpo contra una carrocería con menos acolchado que la silla de un cine de verano.
Eran las 2 de la tarde cuando miré hacia atrás por primera vez y vi el grupo de 20 o 25 figuras negras, debido a que tenía el sol a mi espalda; la imagen era de esas películas de zombies, peregrinos, perezombis o zombigrinos, andando con pasitos cortos unos, arrastrando los pies otros como si la tierra y piedras del camino quemasen y cortasen, a la vez que inclinaban el cuerpo hacia un lado para contrarrestar el viento de costado, todo ello aderezado con sus sandalias de tiras con calcetines blancos y con una preceptiva pierecita en el talón dentro del calcetín (¿Cómo ha llegado ahí?) que acrecenta el taconeo, y cojera. Pasito, sacudida del pie hacia un lado para que salga la piedrecita, pasito, doble sacudida, pasito.
Y cuanto más miro hacia atrás, más rápido ando, y cuanto más rápido ando más ganas tengo de mirar hacia atrás para ver el espectáculo de la masa de zombigrinos, porque o el calor me está afectando o vienen a por mi, para comerme cual muslito de pollo frito con la piel bien churruscadita (Un zombigrino español me vería como un torreznos de Soria recién hecho).
Durante la peregrinación, si eres observador y no de esos que se limitan a mirar sus pies u ombligo mientras andan, verás que lo que caracteriza al zombigrino es un afán de andar rápido, rápido para llegar el primero al siguiente albergue y pollar cama de abajo en la litera, y una necesidad imperiosa de tomarse una cervecita en cada pueblo, empezando, si es posible, a las 10 de la mañana, mirar con soberbia al que no lleva una mochila Osprey de 200€, zapatillas de trecking-goretrex-vibram-fashion, o lo que es peor, mirar con desdén al que peregrina caminando despacito con una mochila gigante con todos sus pertrechos. Porque el zombigrino envía su equipaje por furgoneta y camina con una botella con bebida energética y barritas multicereales con fórmula 44.
Y luego está el Zombigrino Real, que no te dirige la mirada cuando te contesta, si lo hace, a tu "buen camino" porque detecta, sí, tienen esa capacidad, que eres alberguista y tiene la precaución de no acercarse mucho porque ellos terminan la dura jornada en un hotel con spa, y si en el pueblo no hay, les está edperando un taxi para alejarles rápidamente del mundanal albergue.
Pero bueno, no me malinterpretes, todas las versiones y formas de peregrinaje son buenas, y todos los esfuerzos, del grado que sean, son loables, porque al fin y al cabo la intención de todos es la misma, ¿no? llegar a Santago de Compostela y abrazar al Santo.
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