De Hornillos del Camino a Castrojeriz. 20 Kms
Hoy toca etapa corta así que no madrugo, aunque del albergue municipal te echan a las 8, y antes de salir de Hornillos (54 habitantes) paro a desayunar en "el bar" del pueblo.
Nada más comenzar se hace evidente que estamos en Castilla y su paisaje sobrio, pero me sorprende que en cada mini-pueblo, e incluso en aldeas abandonadas, haya varios albergues. Los pueblos que tienen todavía un poco de vida y animación es gracias al Camino.
Paso por Arroyo San Bol, un oasis semioculto en una vaguada, Hontanas, con sus casas de piedra y "¡hotel con spa!",
San Antón de Castrojeriz, instalado en las ruinas de un convento medieval (muy mal mantenido) y Castrojeriz, que tiene 530 habitantes, 7 albergues y 6 hoteles.
Os presento a Greta, alemana, unos 70 años.
El último obstáculo de la jornada son 30 escalones para llegar al albergue. En el primer escalón me encuentro con una señora alemana muy menudita con una larga melena gris y una mochila gigante que le llega desde las rodillas hasta el sombrero. La Frau, al ver que yo subo más rápido que ella, da 3 pasos más, se quita la mochila, la tira al suelo y sale corriendo escaleras arriba para llegar al albergue antes que yo por si acaso no queda sitio. A pesar del lamentable espectáculo, llego a la puerta del albergue antes que ella y se le oye decir "Scheiße (mi3rda)". Abro la puerta y, cortesmente, la dejo entrar primero. Ni gracias, ni danke ni zenkiu ni ná.
Castrojeriz (Castro Sigerici celtibérico) es un pueblo-unicalle de más de 2 Kms de longitud, a mitad de la ladera de un cerro culminado por un castillo arruinado.
En el año 974 obtuvo el primer fuero castellano y, a pesar de su tamaño, tiene varias joyas que se pueden visitar: la colegiata de la Virgen del Manzano del S. XIII, la iglesia de Sto. Domingo de Guzmán, con unas calaveras talladas en el muro con los lemas "O Mors, O Aeternitas" (Oh muerte, oh eternidad) y el templo de San Juan Bautista, entre otros.
Dando un paseo entro en una tienda en la que Ana, la sobrina de la dueña, Ana, vende souvenirs y manualidades hechas con metal, madera, piel y cartón reciclados. Me siento a tomar un té en una mesa al lado de una ventana con vistas al valle, un rincón muy acogedor, y hablamos de mi libro. Al rato entra Ana, amiga de Ana, la sobrina de Ana. Y más a continuación, me meto en el saco.
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