¿Cómo llegué hasta ahí? Es algo que todavía no puedo explicar. De lo que sí estoy seguro, es que me había desviado del Camino y ningún sendero podía conducirme entre la espesura de la selva. Ninguna luz brillaba entre la oscura maleza, estaba sin dirección y realmente no sabía cómo, ni para qué lado moverme.
Ay, si supieras qué terrible es haberse extraviado, sin guía, estaba desorientado, solo. Cada vez que relato este momento de mi visión, siento la misma sensación de estremecimiento.
Era tan real. Ah, y qué penoso y difícil se me hace afirmar cuán duro, áspero y espeso era este terrible bosque. Su solo recuerdo renueva todos mis temores.
Era tan triste, que hasta la muerte lloraría espantada entre su densa niebla. Me trasladaba ciego, de aquí para allá porque algún camino debía conducirme hacia la luz, pero no.
Mientras caminaba, las ramas de los árboles golpeaban mi cara. Me arañaban las manos. Fuertes raíces se enredaban en mis pies, haciéndome caer. Agudas espinas me atravesaban la carne. Agotado, exhausto, pude llegar al otro extremo del bosque.
El Sol se había levantado, sus rayos bajaban hacia la colina y yo me hallaba justo a los pies de esta montaña. En este punto el Sol iluminaba todo a mi alrededor.
¡Qué felicidad sentí! La luz era una caricia después de haber pasado toda la noche en el terrible bosque. Temblé nuevamente, tan solo al recordar los terrores de la selva oscura. Pero el Sol brillaba, y su luz renovaba las esperanzas en mi corazón.
Tras descansar de los dolores de la noche, me propuse ascender la colina.
Desgraciadamente, tras subir un poco, noté que las dificultades no habían terminado. Una enorme pantera, feroz, rugiente, hambrienta, cerraba mi paso.
Me eché hacia atrás asustado, pero algo me hizo recobrar el ánimo. Era el aire de primavera, fresco, cálido, que llenaba mis pulmones. Junto a la luz del Sol que iluminaba el firmamento, me daban fuerza para hacerle frente a la bestia salvaje.
Avancé hacia ella, pero el temor nuevamente me invadía.
Un león gigantesco se acercaba hacia mí, con la cabeza levantada. Tenía un terrible aspecto, todo temblaba a su alrededor.
Ahora sí que no sabía cómo reaccionar, y todo empeoró. Perdí las esperanzas de salir con vida de allí, cuando, por el único camino posible, una hambrienta loba gruñía en busca de alimento y, obviamente, en cuestión de segundos mi carne sería disputada por las bestias.
No tenía escapatoria, las feroces criaturas hacían que retrocediese lentamente. De este modo, me encontré inserto nuevamente en el oscuro bosque. Allí ya no penetraba la luz del Sol.
Estaba, por desgracia, en el corazón del negro bosque. Las bestias no me quitaban los ojos de encima. Desesperado, alcancé a ver una sombra que avanzaba entre el follaje.
—¡Quien quiera que seas! ¡Por favor, ten piedad de mí! Grité con todas mis fuerzas. Mi voz se escuchaba quebrada y débil.
La sombra, sin contestar, volvió a avanzar y me llevé una grandísima sorpresa al ver a mi hermano mayor. Me abrazó, cogió mi mano, me besó en la frente y dijo: "Te quiero, eres el mejor luchador que he conocido. Cierra los ojos, a partir de ahora todo irá bien". (*)
Dante Alighieri escribió este pasaje de La Divina Comedia en 1307, pensando en ti.
(*) Dante ve al poeta romano Virgilio.
Lo entiendo como una metáfora de la lucha del ser humano para alcanzar una meta, y los obstáculos que la vida le pone por delante.
Ayer, hoy y siempre.
Muy bueno
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